Una oportunidad moral
Nuestras iniciativas colectivas para gestionar los grandes flujos migratorios han fracasado en su mayoría, explica Peter Sutherland, Representante Especial del Secretario General de las Naciones Unidas para la Migración Internacional. Antes de la Cumbre de las Naciones Unidas sobre los Refugiados y los Migrantes, prevista para septiembre, las estructuras internacionales tienen ocasión de determinar qué es lo que ha fallado, y cómo debe corregirse.
Cada cierto tiempo, un titular de prensa macabro atrae nuestra atención y hace que nuestras conciencias despierten. Tomemos la imagen espeluznante de Aylan Kurdi, el chiquillo sirio cuyo cadáver arrojó la marea a una playa turca el verano pasado, o las ochocientas almas que perecieron en el transcurso de un solo fin de semana en abril pasado, cuando su embarcación naufragó de modo trágico en el Mediterráneo. A medida que esos titulares se desvanecen en una bruma ponzoñosa de nacionalismo reavivado e instinto de tribu, nuestro deber es seguir exigiendo con tenacidad que los dirigentes mundiales rindan cuentas morales.
Las consecuencias de un nacionalismo renovado y agresivo nos perjudican a todos. Los refugiados que buscan un cobijo seguro del conflicto violento y son las primeras víctimas que se cobra el terrorismo, son especialmente vulnerables. A menudo, en cuanto llegan se topan con alambradas y pueden permanecer varados en condiciones espantosas durante mucho tiempo.
Los que quedan así detenidos se encuentran ante una disyuntiva: o bien retroceder y volver a caer en manos de sus traficantes, en un intento desesperado de lograr atravesar las fronteras, o bien seguir existiendo en la precariedad sin perspectivas. “Existir” implica sobrevivir en campamentos, a menudo insalubres, donde el hacinamiento es cada vez mayor. Semejante situación es moralmente inconcebible e inaceptable en un mundo civilizado.
Detrás de todo eso subyace un temor que se extiende por Europa y a través del Atlántico, de que los forasteros puedan de alguna manera poner en peligro las tradiciones y los valores. De hecho, en algunos países, incitados por las expresiones del nacionalismo, los ciudadanos y sus dirigentes están haciendo precisamente eso ellos mismos. Los partidos de extrema derecha están ganando de hecho terreno político, y los manifestantes nacionalistas ponen a prueba los valores europeos; valores que se manifestaron con tanta dignidad después de la Segunda Guerra Mundial: tolerancia, pluralismo y no discriminación.
Un ataque de este tipo contra el proyecto europeo respaldará a los gobiernos autoritarios y abrirá la puerta a una cultura típica del choque de civilizaciones distópico de Huntington, en el que la xenofobia prevalece y se persigue al inocente. Y todo ello mientras Europa se escinde una vez más (y no solo a través de la materialización de fronteras físicas que vuelven a imponerse). Hay fuerzas análogas de nacionalismo y nativismo que parecen influir en el debate en los Estados Unidos con Donald Trump, que aspira a ser candidato presidencial, con la propuesta de prohibir que los musulmanes puedan entrar en el país.
Entre la hostilidad declarada contra la admisión de refugiados en algunos países y una actitud mucho más acogedora en otros, las iniciativas colectivas para gestionar los grandes flujos migratorios han fracasado en su mayoría. Una crisis mundial exige una respuesta mundial de dirigentes firmemente decididos. A lo largo de este año, las estructuras internacionales han tenido ocasión de determinar qué es lo que ha fallado y cómo hay que corregirlo. Los dirigentes mundiales deben aceptar la responsabilidad que les toca para cuando se reúna en septiembre la Cumbre de las Naciones Unidas sobre la gestión de movimientos a gran escala de refugiados y de migrantes.
En primer lugar, hay que aceptar que no se trata de un problema que vaya a desaparecer o de una crisis que se pueda desviar hacia otras costas, como parecen querer asumir algunos dirigentes. Hemos de mirar hacia el futuro con un realismo perseverante. La migración es una realidad mundial que no va a disminuir. En la actualidad hay casi 60 millones de personas que están desplazadas, 20 millones que son refugiados y necesitan un lugar de acogida seguro, según el Informe sobre tendencias globales del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), publicado en junio del año pasado; además, hay un número indeterminado de personas que corren peligro de ser desplazadas ante la perspectiva de nuevos conflictos y catástrofes.
Nuestra capacidad de brindar protección también debe aumentar para que no solamente abarque a las personas que corresponden a la definición estricta de refugiado. Hay que tener en cuenta a los niños explotados laboralmente, o a comunidades que están en peligro debido a la distribución desigual de los costes del cambio climático. Solo en Bangladesh, un tifón en el golfo de Bengala podría desplazar por la fuerza a millones de personas que viven en zonas costeras bajas. Esto exige una capacidad de respuesta mundial y un enfoque a largo plazo.
En segundo lugar, son necesarias mejoras específicas del sistema internacional de protección para que la comunidad internacional no reaccione solamente en casos determinados; ello exige, entre otras cosas, que se acepte que la proximidad no es un factor que defina el grado de responsabilidad. Las respuestas retóricas deben traducirse en resultados tangibles que respalden las normas del derecho internacional, y éstos deben ser transparentes y verificables.
Esto implica evaluar y definir cuáles son los costes para apoyar a los migrantes forzosos y a los Estados en primera línea que los acogen; y eso solo podrá funcionar como parte de un plan humanitario a largo plazo que exige ampliar tanto la ayuda financiera como las capacidades de reasentamiento en el nivel nacional respectivo, todo ello a nivel mundial. No se trata de una situación que tenga alternativas.
Como demostró la conferencia de alto nivel del ACNUR sobre vías de admisión para los refugiados sirios, que tuvo lugar en Ginebra el 30 de marzo (en la que pocos Estados anunciaron que tuvieran planes para admitir a refugiados), las iniciativas para acoger a las personas desplazadas son notablemente dispares. Muchos países prósperos se quedan cortos a la hora de prometerles el reasentamiento. Es inconcebible que el 86 por ciento de los refugiados vivan en países en desarrollo, tal y como muestra el informe antedicho del ACNUR. Jordania, el Líbano y Turquía acogen a casi 4,5 millones de refugiados solo de Siria, según la investigación hecha por la organización Human Rights First. A falta de un reparto adecuado de responsabilidades, han ido empeorando las condiciones en los países en primera línea, así como el acceso a ellos. Vivimos en un mundo interconectado e irreversiblemente integrado, y hay que reflejar ese hecho en una política compartida sobre la migración, que se base en la colaboración.
Al mismo tiempo, la comunidad internacional debe trabajar con un espíritu de colaboración para crear pasillos seguros y legales para los refugiados, que sirva de contrapeso a nuestras objeciones categóricas a un movimiento irregular y clandestino de los migrantes. En su informe de febrero titulado “La trata de migrantes en la UE”, la Europol calculó que las redes delictivas de tráfico de migrantes han obtenido unas ganancias de entre tres y seis mil millones de euros solamente en 2015, por lo que debemos brindar vías alternativas para que las personas desesperadas no se vean obligadas a emprender el arriesgado viaje a través del Mediterráneo y de un recorrido peligroso.
Hay que crear cauces regulares para integrar a migrantes y refugiados en la sociedad como miembros activos. Hay que implantar programas de visados humanitarios, coordinar las ayudas privadas y activar la concesión de becas.
El programa de visados humanitarios de Brasil para haitianos, facilitado por la Organización Internacional para las Migraciones, se puede considerar un modelo de cómo las vías legales se pueden convertir en operativas. El programa canadiense “Patrocinio privado de refugiados”, que lleva 38 años funcionando, es otro ejemplo de práctica idónea: el programa coordina a organizaciones y grupos de ciudadanos canadienses ordinarios para que puedan patrocinar a refugiados a título privado durante su primer año de asentamiento, y en la actualidad se ocupa del reasentamiento de alrededor del 40 por ciento de las personas desplazadas que llegan a ese país. Este proceso de financiación privada se ha convertido en un modelo mundial; algunos defensores de los refugiados quieren copiarlo en los Estados Unidos, algo que merecería ser respaldado.
También debemos recordar que, según las cifras de las Naciones Unidas, más del 41 por ciento de los refugiados en todo el mundo son niños, y que aproximadamente el 36 por ciento de los que se arriesgan a emprender el peligroso viaje entre Grecia y Turquía también son niños, según datos de la UNICEF. A menudo, esos niños pasan períodos indefinidos de tiempo detenidos, sin recurso a un control judicial. Además de garantizar la reunificación familiar, debemos asegurarnos de que le bienestar físico y mental del menor tenga la máxima prioridad, y que haya una prohibición total de detener a menores. Esto debe convertirse en norma de procedimiento ordinario para el futuro, con carácter jurídicamente vinculante en todo el mundo.
Por último, también tenemos que ayudar al mundo a replantearse el concepto mismo de cuáles son realmente nuestras obligaciones con los refugiados y los migrantes vulnerables. La comunidad internacional necesita reformar su discurso para poder responder a la índole evolutiva de la migración. En vez de considerar que los refugiados son una amenaza para la seguridad que hay que evitar, debemos demostrar que pueden llegar a ser miembros que contribuyen positivamente a la sociedad y se pueden integrar en las comunidades, los mercados y los centros docentes.
La comunidad internacional no debe rendirse ante los temores bárbaros de los nacionalistas de extrema derecha, sino que debe aprovechar esta coyuntura como una oportunidad de mejorar las condiciones de innumerables vidas hoy día, y de muchas más en el futuro.
Peter D. Sutherland es el Representante Especial del Secretario General de las Naciones Unidas para la Migración Internacional.
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