Una nueva generación de artistas afganos El Proyecto Artístico de Kabul
El mundo del arte en Afganistán ha resurgido desde la caída del régimen talibán en 2001. En la actualidad, muchos artistas jóvenes hacen una reflexión sobre lo que ha ocurrido en Afganistán a lo largo de las últimas décadas, y sobre los retos que afronta el país hoy día, pero todavía deben luchar contra la desconfianza generalizada con la que se contempla la expresión artística, especialmente cuando la ejercen mujeres.
“Las exposiciones públicas de obras de arte de tipo crítico se limitan, en su mayoría, a instituciones extranjeras, tales como el Instituto Francés o el Instituto Goethe”, explica Christina Hallmann, ilustradora y diseñadora gráfica procedente de Colonia (Alemania), que hace dos años puso en marcha el Proyecto Artístico de Kabul para apoyar a 11 artistas de esa ciudad. Se trata de una plataforma en Internet que les permite entablar contactos con medios informativos o sociales, coleccionistas de arte, galerías y aficionados al arte. El grupo también organiza exposiciones; la más reciente tuvo lugar en Penticton (Canadá) en otoño de 2015. “Fue la mayor exposición de arte afgano contemporáneo jamás presentada fuera de Afganistán”, añade Hallmann.
Desde entonces, 26 artistas se han sumado al Proyecto Artístico de Kabul; tres de ellos, un hombre y dos mujeres, nos cuentan qué temas les apasionan, y cuáles les preocupan.
Idea original, investigación y entrevistas de Natalia Gurova, becaria de la Sección de Comunicación y Relaciones con los Medios Informativos de la Secretaría de la OSCE.
Hamed Hassanzada
Nacido en Kabul en 1987
Pasé los primeros años de mi vida en medio de la guerra civil, las explosiones y el fuego de cohetes; cada día vivíamos el caos y los disturbios. Empecé a pintar a los siete u ocho años de edad. Cuando tenía diez años, mi familia tuvo que emigrar. Más tarde regresé a Kabul, confiando en que la sociedad globalizada hubiera traído la paz a Afganistán. Por desgracia, el terror de la guerra me impactó todavía más. Había invadido la ciudad, y había convertido las calles y los callejones en un campo de batalla. A pesar de ello di mi apoyo a la joven comunidad de artistas mediante cursos de arte, exposiciones y talleres. A veces corrí un peligro real, y mi arte se fue volviendo amargo y sombrío.
Ahora ya no creo en el arte abstracto. Para mí, la forma es importante: es mi vínculo con el mundo. Lo que me importa es la humanidad, las gentes de Afganistán, y eso es lo que pinto. Me parece que los afganos están atrapados entre la tradición y la modernidad, que sienten una pugna interna. Quieren liberarse, pero ahora mismo no pueden hacerlo. Busco la manera de hacer visible esa pugna a través de mi arte. En una de las obras, hay cuatro personas detrás de unas máscaras: las máscaras representan la tradición y lo moderno se encuentra detrás, como dos personalidades dentro de una misma persona.
Para Afganistán es importante ser una nación, pero ahora mismo no lo somos. Tenemos diversos grupos, los tayikos, los pastunes, los hazara, que no se aceptan entre sí. En el arte no importa la pertenencia étnica, sino los sentimientos más profundos, y puede servir como un puente decisivo para unir a las gentes. Tengo muchos amigos de diversos grupos étnicos: juntos creamos obras de arte, hablamos de todo tipo de cosas, organizamos actos en cafés y galerías. La amistad es más importante que la política.
La población de Afganistán es muy pobre. El país es rico en talento y en recursos minerales (gas, petróleo y piedras preciosas). Pero eso no beneficia a la gente, que sufre abusos constantes de los caciques de la guerra. La gente trabaja durísimo y no es de extrañar que no les quede tiempo ni dinero para dedicárselo al arte. Para ellos, la música es más importante: invitan a intérpretes de música popular a sus bodas y a sus fiestas para poder pasarlo bien. Pero si hablamos de pinturas o esculturas, sienten temor. Cuando van a las mezquitas, los dirigentes religiosos les dicen que crear retratos y esculturas no es “halal” (no está permitido). La mayoría se atienen a esas prohibiciones; pero aun así hay algunos que sienten interés, y que visitan exposiciones y galerías.
Un fenómeno nuevo está surgiendo en Afganistán, y confío en que pronto notaremos un cambio. La gente que es como yo, artistas, poetas, actores, directores de cine, trabajamos duro sin apoyo del gobierno ni de la población, dedicándonos a aquello en lo que creemos. Yo imparto clases en el centro de arte contemporánea de Kabul. Tengo estudiantes que están motivados y quieren aprender historia del arte, pintura experimental, dibujo y escultura. A ellos el arte les importa. Son jóvenes, y tenemos que armarnos de paciencia.
Malina Suliman
Nacida en Kandahar en 1990
La mayoría de mis obras de arte tiene un sesgo político. Intento transmitirle a la gente que espabilen y luchen por sus derechos. En Kandahar y en Kabul hice grafitis, pinté o creé esculturas acerca de los derechos humanos, los derechos de la mujer, la política estatal o la corrupción. Ahora estudio en los Países Bajos, y hago muchos eventos creativos en vivo. El último de ellos, en un museo, giraba en torno a los acuerdos de Afganistán con Rusia y Gran Bretaña en materia de fronteras del país, la Línea Durand, y cómo se explotaban las fronteras para dividir al país. Una parte de mi trabajo es muy conceptual. “¿En qué consiste la identidad y qué significa en realidad? ¿Qué piensa un país de otro país?”: esas son las preguntas que planteo.
Ser un artista es todo un reto hoy día, especialmente en Afganistán. Y si se es mujer, el reto es doble. Los afganos piensan que el lugar apropiado para la mujer es en el hogar. Incluso a los hombres les cuesta que sus propias familias acepten que son artistas.
Yo soy musulmana practicante, pero trato de conciliar mi arte con la religión. No están permitidas las esculturas ni los retratos, pero hay excepciones: el gobierno utiliza fotografías para los pasaportes. Cuando hago una escultura dedicada a los derechos humanos, no lo veo como un ídolo sino como una manera de explicarle a la gente una situación que prefieren ignorar. A veces, los elementos visuales pueden transmitirse a una audiencia con más rapidez que los largos debates. Por supuesto, si hiciera una escultura de una mujer desnuda sería casi imposible poder exponerla. Pero si solamente se parece a una mujer, es una manera de no contravenir la religión directamente.
Ahora que vivo en los Países Bajos, mi perspectiva de Afganistán ha cambiado. Me encantaría regresar y entablar un intercambio artístico entre los dos países; me gustaría mucho motivar a las mujeres afganas para que establezcan comunidades de apoyo recíproco, para poder percibir no solamente mi futuro, sino también el futuro de Afganistán, como algo radiante.
Los afganos tienen que enterarse de lo que pasa en otros países, y no solo políticamente sino en la vida cotidiana. He creado un proyecto sobre los deseos de la gente, comparando los sueños de los afganos con los sueños de los europeos. Los afganos deseaban la libertad, la paz y la seguridad. Los europeos soñaban con otras cosas, como pasar más tiempo con sus hijos o comer más a menudo con ellos: en Afganistán, eso es algo que la gente hace cada día.
Shamsia Hassani
Nacida en Teherán (Irán) en 1988, de nacionalidad afgana
Estudié arte clásico en la Universidad de Kabul, pero quería adoptar un enfoque más moderno y crear obras que transmitieran un mensaje. Participé en un taller de grafiti del artista británico Chu, organizado por Combat Communications, y empecé a identificarme con esa manera de pensar. Ahora trabajo sobre todo como grafitera y artista callejera. Sigo enseñando en la universidad, pero mi creación artística es libre. Viajo por todo el mundo con mi obra: acabo de terminar un mural sobre un muro enorme en Los Ángeles.
SEl arte callejero está al alcance de cualquiera y todos pueden disfrutarlo. Me gusta pintar sobre paredes derruidas; llevan la marca de la guerra y la destrucción, y se convierten en parte de mi obra. La gente ha empezado a olvidar la guerra pero yo quiero recordarla, pintarla en los muros, quitarle los recuerdos negativos y llenar la ciudad de colorido.
El personaje principal de mi grafiti es una mujer que hace de todo, como un personaje de película, y ha venido para que las cosas cambien dando un giro positivo. Quiero recordarle a la gente que la mujer puede tener muchos papeles diferentes, y que pueden formar parte de la sociedad.
Mi familia me apoya pero no deja de sentirse preocupada. Para una mujer, es difícil salir a la calle. Está bien que lo haga durante treinta minutos, pero yo no puedo pintar una obra de arte de calidad en media hora; necesito al menos tres o cuatro. A veces me acompañan mis amigos, pero por supuesto no pueden quedarse todo el tiempo. Así que normalmente trabajo sola. Nunca sé qué puede llegar a pasarme. A mucha gente no le gusta el arte; piensan que el Islam no lo permite. Mi intuición me sirve de ayuda: si tengo la sensación de que me acecha algún peligro, me alejo de la calle aunque mi obra quede inacabada.
Para mí, Afganistán es como una persona que estaba muerta durante la guerra, y después de la guerra ha vuelto a nacer. Ahora es igual que un bebé, que necesita tiempo para madurar. Hay muchísimos problemas heredados de la guerra: edificios bombardeados, desigualdad de géneros, acoso en la calle, actos de violencia contra la mujer. Los artistas pueden ser útiles indirectamente. Pueden hacer que cambie la mentalidad de la gente, y la gente a su vez puede hacer que cambie la sociedad. Es un proceso largo y complicado.
Construyendo una Comunidad
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