Aceptar la realidad y aprovechar lo que ofrece: Entrevista con Adam Kobieracki
Adam Kobieracki fue Director del Centro para la Prevención de Conflictos (CPC) de la OSCE desde 2011 hasta 2015. Aquí pasa revista a su larga dedicación a la OSCE, que comenzó en 1986, cuando pertenecía a la delegación polaca ante la reunión de seguimiento de la CSCE en Viena. En su calidad de diplomático polaco, desempeñó un papel principal en la negociación del Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (FACE) y en las conversaciones sobre la adaptación del régimen FACE.
En 1991, se unió a la Misión Permanente de Polonia ante la OSCE en Viena y tomó la batuta de las negociaciones de los documentos sobre la seguridad, incluidas las Medidas estabilizadoras para situaciones de crisis localizadas, el Documento de Viena 1994 y la Carta de la OSCE sobre la Seguridad Europea. Fue jefe de la delegación polaca desde 1997 hasta 2000, y presidió el Consejo Permanente durante la Presidencia polaca de la OSCE en 1998.
¿Cuáles son los cambios que presenció durante su mandato como Director del Centro para la Prevención de Conflictos?
Por supuesto, hace cuatro años el área de la OSCE era más estable. Es cierto que había conflictos prolongados, que había tensiones, pero no se pueden comparar con lo que nos enfrentamos en Ucrania desde hace año y medio. Por eso nuestra prevención de los conflictos ha cambiado un poco desde el punto de vista funcional. De hecho, nuestra principal iniciativa operativa es la gestión de la crisis en Ucrania.
Por lo demás, ha habido una tendencia evidente a modificar el formato de nuestras operaciones sobre el terreno. Algunas de ellas se han clausurado, otras se han transformado en oficinas de coordinadores de proyectos. Los motivos son diversos. Los Estados participantes pueden pensar que acoger a una presencia sobre el terreno va asociado a un estigma, o quizá no estén satisfechos con la presentación de informes políticos, o con la presentación de informes en general.
Tenemos que aceptarlo como un hecho inevitable. Se trata simplemente de un reto y una oportunidad para que la OSCE se replantee nuestra intervención sobre el terreno. Quizá necesitemos oficinas más reducidas, o una especie de puestos avanzados de la Secretaría; tal vez necesitemos presencias subregionales o regionales. Eso está por ver. Pero creo que probablemente sí habrá un cambio, y no será como consecuencia práctica de un concepto negociado previamente, sino más bien de lo que vayan dictando las propias circunstancias.
En la actualidad, estamos preparando el establecimiento de una presencia reducida en Minsk para apoyar al Grupo de Contacto Trilateral [el órgano negociador para resolver el conflicto en Ucrania y su entorno, que incluye a Ucrania, Rusia y la OSCE]. Esto no se habría podido negociar de modo conceptual: se trata de una reacción ante una necesidad surgida en el momento. Y creo que eso es lo que sucederá con el resto de nuestras presencias sobre el terreno.
Con eso no estoy diciendo, ni mucho menos, que no sean necesarias. Necesitamos contar con una presencia del tipo que sea sobre el terreno. Necesitamos tener ojos y oídos sobre el terreno. Necesitamos que nuestros colegas comprendan perfectamente cuáles son los problemas que podrían desembocar en tensiones o crisis en toda el área de la OSCE. Si lo que tenemos hoy no les parece aceptable a algunos Estados participantes, pues de acuerdo, vamos a aceptar esa realidad y a colaborar con ellos. En algunos casos quizá podamos alterar un poco la manera en que funcionan nuestras misiones; o bien podríamos inventar algo nuevo, sin transigir en cuanto a nuestros principios, pautas y normas básicas, las tres dimensiones de la seguridad, que deberían ser intocables. Ahora bien, el modo de cumplir nuestros compromisos y nuestra forma de trabajar, ya son otra cosa.
¿Qué nuevo tipo de oficina sobre el terreno le parece que podría funcionar bien?
Hay diferentes hipótesis. En lo que se refiere a tener acceso a las personas sobre el terreno, los expertos que trabajan en oficinas de coordinación de proyectos pueden mantener contactos con diversas organizaciones, instituciones y redes, lo mismo que pueden hacerlo los miembros de misiones sobre el terreno convencionales. La diferencia estriba en los informes políticos. Esa función informativa habría que desarrollarla de alguna manera. Se podría conseguir informando sobre la ejecución de los proyectos; esa sería una posibilidad. Otra sería tener equipos móviles; equipos que efectúen visitas. Nuestro grupo de trabajo de composición abierta sobre el ciclo de los conflictos prosigue su labor, centrada no solo en la mediación sino también en las diversas formas de prevención de conflictos, gestión de crisis y resolución de crisis. Una de ellas es la alerta temprana, que se parece mucho al envío de informes políticos.
Es preciso estudiar y desarrollar nuevos instrumentos. Soy incapaz de predecir qué aspecto tendrán; hay demasiados factores que complican mucho la cuestión. La situación actual de la seguridad es, por decirlo suavemente, un poco inestable. Hay antecedentes en cuanto a la aplicación de las normas, pautas y principios. Hay una controversia sin dirimir entre los Estados participantes sobre quién cumple y respeta nuestras normas y quién no lo hace. No hay la menor confianza o fiabilidad entre nuestros Estados participantes. No tengo la menor idea del cariz que tomarán las cosas, ni de si terminaremos por negociar un nuevo marco de seguridad para Europa o si la OSCE evolucionará hacia ser una organización más flexible. En cuanto a la crisis en Ucrania, no tengo ni idea de si las cosas volverán a su cauce el año próximo o si llevará más tiempo. El año que viene habrá acontecimientos políticos importantes, empezando por la cumbre de la OTAN, que influirán en el concepto general de la seguridad en el área de la OSCE. Hay demasiados procesos en marcha. Así que lo único que puedo decir es que, efectivamente, la OSCE se encuentra de nuevo en una situación en la que tendrá que estudiar con ojo crítico el instrumental de que dispone, las modalidades y los medios de actuación, los mecanismos y todo lo demás, y a continuación decidir qué es lo que puede hacer.
Ha dicho usted que no hay confianza entre nuestros Estados participantes. ¿No es un comentario demoledor para hacerlo en el año de Helsinki+40?
Pues sí que lo es, pero es la verdad. El acto conmemorativo de Helsinki+40, que tuvo lugar en Helsinki en julio, no fue una reunión para expresar alegría ni felicidad. Para mí, ante todo y sobre todo, fue una reunión para recordarnos a todos que los principios de Helsinki siguen siendo válidos, y que hay que acatarlos, respetarlos y cumplirlos. Así es como hemos celebrado el 40º aniversario. No quiero decir que no haya absolutamente ninguna confianza. Pero para ser sincero, si comparo los debates que había en las sesiones del Consejo Permanente cuando llegué hace cuatro años con lo que ha ocurrido en el centro del Hofburg el año pasado, es como hablar de debates en dos planetas distintos. El formato sigue siendo el mismo, y también la sala de reuniones, pero las declaraciones, el nivel político de los debates y el género de acusaciones son increíbles comparados con la situación de hace cuatro años. Nos encontramos inmersos en una de las crisis políticas de la seguridad más graves en el área de la OSCE después de la Guerra Fría.
En una situación en la que se violan los principios de manera flagrante, ¿queda lugar para estrategias de la OSCE como por ejemplo la reconciliación?
En primer lugar, hace falta tiempo y paciencia. Ya llegará la hora de la reconciliación y la mediación. Históricamente, es algo que requiere tiempo. En el caso de Polonia, pasaron 20 años después de que terminara la Guerra Fría, antes de que comenzara la verdadera reconciliación entre la Federación de Rusia y Polonia, dentro del Grupo polaco-ruso para cuestiones difíciles. Los profesores Adam Rotfeld y Anatoly Torkunov hicieron un trabajo magnífico y consiguieron resultados notables. Pero tardamos 20 años en iniciar el proceso, y ahora, otra vez por motivos políticos evidentes, parece como si el viento se lo hubiera llevado.
La verdad es que no cabe esperar que ahora los habitantes de Ucrania tengan ánimos de reconciliarse. Lo primero es que acepten la realidad. Cuando digo “aceptar la realidad” no me refiero a aceptar que haya habido una agresión, o como quiera llamarlo. Hay que aceptar la situación y a continuación preguntarse ¿qué quieren hacer? ¿Quieren compartir su desgracia con todo el mundo? Pues muy bien, la decisión es suya. ¿Quieren que otros los ayuden a restablecerse? Decídalo usted, pero entonces la situación cambia. Al mismo tiempo, Moscú debe aceptar la responsabilidad que le toca por sus acciones dentro de esta crisis.
Desde una perspectiva más amplia, la construcción de una comunidad de seguridad de la OSCE, recuerde el dicho “der Weg ist das Ziel”: la meta es recorrer ese camino. En el caso de los procesos políticos, lo que importa no es tanto el resultado o el documento que se firme, sino el hecho de que haya personas que se sienten a hablar y a tratar de explicarse las cosas de manera recíproca. No debemos sentirnos frustrados por el hecho de que no estemos en condiciones de firmar un nuevo tratado paneuropeo de seguridad dentro de un año, de dos o incluso de cinco. La manera en que se ha debatido la crisis en Ucrania ha sido problemática; aun así, es bueno que nos sigamos reuniendo y que haya ese debate. Llevará su tiempo, pero al menos hay una vía de intercambio, aunque lo que se intercambie sean solamente acusaciones, pero deberíamos ir cambiando de rumbo poco a poco. Lo importante es el proceso, no solamente el resultado.
Usted dice que es importante que el proceso continúe. Sin embargo, ¿no hay una tendencia a distanciarse del multilateralismo para volver a la idea de que sea un pequeño grupo de Estados el que decida acerca de la resolución de los conflictos?
Para responder a esa pregunta tendré que hablar en términos un tanto filosóficos. ¿Qué es la OSCE? En primer lugar, es un conjunto determinado de valores, normas y principios. No me refiero a documentos: me refiero a una determinada axiología. Cuando usted habla de “la OSCE”, debería poder decir: “me refiero también a una cierta actitud, a ciertos valores, que no solamente dimanan de unos documentos”.
¿Qué más es la OSCE? Es un compendio de instrumentos o de mecanismos, que los Estados participantes pueden utilizar o no. Lo que está ocurriendo ahora también revela el estado anímico de nuestros Estados participantes. Están utilizando canales de comunicación existentes para mantener unos debates durísimos.
Al mismo tiempo, el tercer nivel de la OSCE, por decirlo de algún modo, somos nosotros, los seres humanos, los funcionarios, los burócratas y los expertos que trabajamos para la Organización. Pero ¿qué podemos hacer? Solo podemos hacer aquello que la voluntad colectiva de los Estados participantes esté dispuesta a aceptar y quiera que hagamos.
En esta etapa, lo que pasa es que los Estados participantes simplemente no tienen ganas (y hay algunos motivos para ello) de utilizar varios instrumentos que tienen a su disposición: la mediación, la reconciliación, las medidas de fomento de la confianza, una gama de posibles misiones y modalidades de presentación de informes. Todo ello está a su disposición. Somos los guardianes de los instrumentos y los mecanismos, pero no podemos imponérselos.
Nuestro deber consiste en velar por que esos instrumentos que ahora no se utilizan, como la reconciliación, o la mediación, o la Corte de Conciliación y Arbitraje en Ginebra (que de hecho jamás se ha utilizado) sigan siendo funcionales, confiando y esperando que llegue el día en que las aguas vuelvan a su cauce y se pueda recurrir a ellas.
¿Cómo podemos cerciorarnos en la OSCE de que, al centrarnos tanto ahora en Ucrania, no descuidamos otros lugares donde hay conflictos prolongados, o donde ahora quizá no haya un conflicto, pero sí podría ocurrir algo dentro de dos o tres años?
Casi ha respondido usted mismo a su pregunta. Si nos olvidamos de las otras crisis ellas nos lo recordarán, y lo harán pronto. Es inevitable que nos centremos en Ucrania, debido al carácter de esa crisis y a la envergadura de nuestra intervención. Al mismo tiempo, es tarea de la Presidencia cerciorarse de que se transmita un mensaje político: “aunque nos centremos en Ucrania desde el punto de vista operativo, no olvidamos otros temas”.
También tenemos que aceptar una realidad política concreta, nos guste o no, y quizá peque de políticamente incorrecto al decirlo: hay repercusiones obvias de “la crisis en Ucrania y su entorno”, por llamarla de una forma políticamente correcta, en otras áreas en conflicto. Una solución para el Trans-Dniéster es inconcebible mientras no se aclare el futuro de Donbass. Teniendo en cuenta los Estados involucrados en esa crisis, tampoco cabe esperar progresos ahora mismo en el Cáucaso meridional. Hay repercusiones políticas, estratégicas, incluso geopolíticas. Así que no podremos olvidarnos de los otros conflictos y, efectivamente, en cierto modo, al cambiar de marcha tenemos que asegurarnos de que no nos quedamos en una posición neutral, sino de que seguimos al volante, aunque tengamos que ir más despacio de lo que solíamos.
¿Cómo define la tarea de la prevención de conflictos?
Toda la OSCE gira alrededor de la prevención de los conflictos. Hasta nuestros documentos fundamentales, empezando por el Acta Final de Helsinki y la Carta para Europa, tratan de la prevención de conflictos: las reglas, las normas y las pautas acordadas para ayudar a los Estados participantes a que cooperen, con miras a prevenir conflictos.
El Centro para la Prevención de Conflictos (CPC) es solamente una parte de eso; es una estructura especializada dentro de la OSCE, que se ocupa de algunos elementos conceptuales y operativos de esa misión elemental. Hay otros departamentos en la Secretaría, como por ejemplo el Departamento de Amenazas Transnacionales, que también se ocupan de la prevención de conflictos pero en ámbitos muy definidos y concretos, como la policía y las fronteras.
Hoy día, la prevención de conflictos se enfoca dentro del contexto más amplio del ciclo completo del conflicto: no solo la prevención por sí misma, sino también la alerta temprana, la gestión del conflicto y la rehabilitación posconflicto.
¿Cuál es su visión de futuro del Centro para la Prevención de Conflictos?
Mi visión personal contempla dos hipótesis de lo más positivas, no solamente para el CPC como una estructura, sino para la prevención de conflictos que es la misión elemental de la OSCE. Una posibilidad consistiría en armonizar la prevención de conflictos en la Secretaría, porque algunos pueden decir que la estructura actual está fragmentada. Lo cierto es que depende de nosotros, las personas, que las estructuren funcionen o no. Jamás he tenido problemas con los colegas del Departamento de Amenazas Transnacionales a la hora de trabajar en cuestiones de las fronteras y de la policía, por ejemplo. Si mantenemos buenas relaciones y no nos ocultamos cosas mutuamente, ¿qué importa si estamos sentados codo con codo en el mismo pasillo, o en pisos diferentes? Mis esquemas mentales no son estrictamente estructurales.
La otra posibilidad (y mi sueño personal), es que el Centro para la Prevención de Conflictos, para que pueda lograr la prevención de conflictos, la alerta temprana, la gestión de crisis y la resolución de conflictos de modo realmente efectivo y eficaz, se convierta en una institución independiente, al igual que la Oficina de Instituciones Democráticas y Derechos Humanos (OIDDH) o el Alto Comisionado para las Minorías Nacionales. ¿Por qué? Porque aquí en la Secretaría toda la misión de prevención de conflictos se asemeja mucho a la regla del consenso y a las aguas procelosas de cada sesión del Consejo Permanente. Si el CPC fuera como la OIDDH y, aunque estuviera sujeto a ciertas cláusulas, normas, mandatos y demás, actuara de modo funcional y autónomo dentro de esos límites, quizá ahora dispondríamos de 2.000 observadores y 1.000 vehículos aéreos no tripulados sobrevolando Ucrania. No me refiero a actuar contra la voluntad de los Estados participantes, sino a alejarnos de un entorno político borrascoso y a distanciarnos de ciertas tendencias de microgestión.
Esta idea no va dirigida contra la Secretaría. Hablando a título personal, creo que la OSCE tiene dos misiones elementales. Una es la prevención de conflictos; la otra es ayudar a los Estados participantes a que entablen un diálogo sobre la seguridad. ¿Qué hay de malo en que el CPC actúe como una institución independiente y la Secretaría asuma la función del diálogo sobre la seguridad y ayude a los Estados participantes a que negocien acuerdos sobre las cuestiones que les interesan?
Este nuevo CPC (si es que alguien se lo llega a plantear) sería más bien una institución dedicada al ciclo de los conflictos y una institución para la gestión de crisis. Podría abarcar al CPC actual, al Departamento de Amenazas Transnacionales y a algunas otras estructuras actuales. Se le podrían añadir los controles y mecanismos de calibración necesarios, para tranquilizar a los Estados participantes de que no se tomaría ninguna medida contra su voluntad.
Quizá le sonará a ciencia ficción, y es algo que los Estados participantes nunca aceptarían en una época de estabilidad. Si existe la posibilidad de estudiar la viabilidad de algo parecido, solo se puede hacer en épocas de profunda crisis, cuando empezamos a salir de esa crisis y buscamos soluciones innovadoras. Hace falta una gran tormenta para plantearse algo así. Conque ese momento ya ha llegado [se ríe].
¿Cuáles son sus mejores y sus peores recuerdos de los cuatro últimos años?
El mejor recuerdo tiene que ver con las personas. He tenido muchísima suerte porque me tocó el tipo de personal con el que he trabajado. No solo son profesionales llenos de dedicación, sino que, sencillamente, lo único que necesitaban es un poco de orientación, saber en qué dirección debían avanzar y que los responsables confiaran en ellos: yo nunca me he ocupado de la microgestión. Y no solo me refiero al personal del CPC, sino también a amigos de otras secciones de la Secretaría, de los Servicios de Conferencias, gente a la que conozco desde los años noventa, también de las delegaciones. Puede que el mayor grupo de amigos que he tenido en este mundo esté en Viena. He pasado en total 17 años de mi vida aquí, y sigo sin hablar alemán, lo cual es todo un logro. Así que ése es mi mejor recuerdo.
¿Cuál es el peor? A fuer de sincero, mi peor recuerdo también tiene que ver con personas, pero de índole muy distinta. Lamentablemente, y no solamente en la OSCE o exclusivamente en Viena, todavía se encuentra uno con personas que, cuando uno les pregunta lo que sea (acerca de un problema o de una cuestión), lo primero que dicen es: “Bueno, ésa es una cuestión importantísima, que tiene muchísimas consecuencias en otro aspecto del problema, y le diría que lo considere en su conjunto”. Lo lamento, pero todavía me encuentro con personas que son así. Y entonces prefiero callarme, y tengo que hacer un esfuerzo para controlarme.
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