Preservar la historia sumergida
Por Peter B. Campbell
El tráfico de antigüedades ha sido una cuestión importante durante muchos decenios, pero hay un aspecto que lamentablemente ha sido olvidado, el patrimonio cultural subacuático.
Las antigüedades submarinas son distintas de las que están en tierra. La mayoría de los objetos son inorgánicos, puesto que el ambiente marino consume o entierra materiales como la madera. Entre los objetos hallados bajo el agua pueden citarse cañones, porcelana, metales preciosos o estatuas. Buena parte de las antiguas estatuas de bronce que han sobrevivido intactas provienen del mar, ya que las que estaban en tierra fueron fundidas para su reutilización. Pero los objetos valiosos son una excepción. En Europa, las ánforas y las jarras de vino antiguas suelen ser objeto de saqueo; en Asia, la porcelana china es un bien lucrativo.
Se podría pensar que los lugares arqueológicos marinos son más fáciles de proteger que los terrestres, dado que su número es más reducido y solo una pequeña parte de la población tiene acceso a ellos: buceadores, pescadores y buzos. Pero estos no son los únicos saqueadores. Operadores comerciales que trabajan legalmente como reflotadores de barcos modernos, suelen complementar sus negocios mediante la recuperación ilegal de objetos históricos. Apagan sus transpondedores en zonas de gran riqueza cultural, como por ejemplo lugares en los que se han librado batallas navales, y roban cobre de buques de la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, cañones de barcos de vela y cerámicas de yacimientos antiguos.
La Convención sobre la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático 2001 de la UNESCO aborda dicho saqueo, que está muy extendido. Muchos países tienen leyes estrictas para sus aguas territoriales. Pero el derecho del mar es complejo y su aplicación en alta mar puede ser difícil. Raramente se supervisan los lugares y se investigan los saqueos. La propiedad de los objetos puede complicarse dentro de las propias aguas territoriales, los lugares subacuáticos pertenecen al Estado, excepto en el caso de un buque militar hundido, que siempre pertenece al país bajo cuya bandera navega.
Los agentes de aduanas y los guardias fronterizos suelen ser los encargados de poner coto al tráfico del patrimonio cultural subacuático. Los funcionarios pueden buscar objetos de cerámica o de metal que estén recubiertos de depósitos marinos (conchas, corales o depósitos de calcio) lo que indica un saqueo reciente. Las piezas de cerámica completas que se han declarado o que parecen ser muy antiguas normalmente proceden del mar, ya que la cerámica no suele sobrevivir intacta centenares de años en tierra.
Lo mejor que pueden hacer los agentes de aduanas y los guardias fronterizos cuando se encuentran con un posible caso de tráfico es documentar los objetos con fotos y copias de cualquier documento que los acompañe, y consultar la base de datos de los bienes culturales y a los especialistas de la INTERPOL. Un objeto robado puede estar relacionado con un naufragio concreto y en algunos casos ha conducido al descubrimiento de un yacimiento arqueológico desconocido hasta entonces.
Al igual que en tierra, el mayor delito del saqueo subacuático es la gran pérdida de información científica. Dado que la gran mayoría de barcos que se encuentran en el mar no transportaban oro y plata sino mercancías de uso cotidiano, como alimentos, la mayoría de los intentos de saqueo son infructuosos. Pero la recuperación de un ánfora o una bandeja completas suele requerir la destrucción de los objetos que están alrededor, debido a los procesos de concreción marina. Métodos destructivos como por ejemplo el arrastre de las rastras de vieiras causan un daño incalculable.
Hace ya medio siglo, el arqueólogo pionero Peter Throckmorton dijo estas palabras acerca de la destrucción de una nave romana del siglo I por buceadores mal informados, en Francia en 1957: “Un capítulo completo de la historia de la navegación ha sido reducido a escombros por algún buceador irracional, quizás en búsqueda de un oro inexistente, destruyendo, no por malicia sino por estupidez, como un niño aburrido que derrama azúcar en una tarde lluviosa. La gloria del mundo debe pasar, pero parece un error acelerar ese paso con dinamita y mazos”.
Como arqueólogo de campo he visto restos enteros de naufragios destruidos y en algunos casos dinamitados en búsqueda de objetos valiosos. Un solo objeto puesto a la venta indica la destrucción de centenares de otros; la historia perdida nunca puede recuperarse.
Peter Campbell es un arqueólogo marítimo e investiga las redes de tráfico de antigüedades. Para más información acerca de su trabajo consulte: www.peterbcampbell.com
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